martes, 16 de diciembre de 2014

2 Testimonios de crisis de panico

«A finales del verano del 89, tuve un mareo mientras tomaba una copa en un bar que me dejó hondas consecuencias. A partir de este momento empecé a temer que pudiera marearme donde quiera que fuera. El miedo se fue apoderando paulatinamente de mi persona.
»Un día, de vuelta del colegio de mis hijos volví a marearme y así repetidas veces hasta que dejé de acompañarles. No sólo desistí de ir al colegio, también de ir a los lugares que frecuentaba normalmente: supermercado, restaurante, tiendas, etc.
»Estas señales de incapacidad me condujeron a un estado de profunda depresión del que me repuse poco a poco a base de medicación (ansiolíticos y sedantes). Permanecía todo el día en casa sin atreverme siquiera a ponerme al teléfono. Cualquier ruido o visita de fuera me sobresaltaba. En cierta ocasión, en que me quedé sola en casa, experimenté una crisis de angustia muy fuerte que determinó que estuviera siempre acompañada. La medicación y el paso de los días fueron normalizando mi situación pero mis posibilidades de salir a la calle seguían siendo nulas.
»Fue así como me decidí a visitar a Isabel, mi psicóloga y exponerle mi problema.
»Muy despacio (por indicación suya) empecé a tomar contacto con el exterior con alguna persona de mi familia. Las primeras salidas fueron una pesadilla; sólo soñaba con volver a casa. Me costó mucho poner en práctica una de las normas básicas de la terapia que consiste en permanecer en el sitio, pese a la inseguridad y la angustia hasta que desaparezcan ambas. Al principio resulta muy difícil no dejarse llevar por el impulso de huir; de hecho, yo solía abandonar el lugar donde me encontraba antes de que desaparecieran los síntomas; con el tiempo, he ido aprendiendo a convivir con ellos y aunque el deseo de huir a veces persiste, mi empeño por hacerle frente es superior. A estas alturas del tratamiento, conozco la técnica y normalmente soy capaz de llevarla a la práctica. Afortunadamente, he superado una cierta barrera desde donde vislumbro la posibilidad de normalizarme por completo. Cada vez soy más estricta con mis objetivos y así como hace unos meses me permitía ciertas concesiones en atención a mi angustia, ahora, animada por el deseo de estar completamente bien, no abandono con tanta facilidad.»PATRICIA


«En aquel tiempo lejano, yo tenía diecisiete años y cursaba mis estudios de COU en Palma de Mallorca.
»Una tarde de diciembre caminaba con una compañera de clase por una callejuela del centro cuando el mundo se me vino abajo.
»Recuerdo el primer fogonazo de aquel momento como si se tratara de una instantánea fotográfica, y lo que sentí en aquellos minutos ha permanecido en mí, por encima, infinitamente por encima, de cualquiera de la sensaciones que haya podido tener durante todos estos años.
»Fue repentino e imprevisto, el corazón me dio un vuelco y me pareció que todo lo que había a mi alrededor se diluía; en ese instante un cúmulo de imágenes y percepciones se agolparon en mi cerebro dejándome aturdida.
»Me pegué a la pared tratando de frenar un proceso por el cual mi alma parecía a punto de desgajarse de mi cuerpo; daba la sensación de que iba a salir volando por los aires, de que iba a levitar.
»Mi corazón me martilleaba el pecho; los coches, la calle, todo giraba a gran velocidad alrededor de mí; el paisaje se desdibujaba como una acuarela mojada y yo no entendía nada.
»Presa del horror más inefable al fin lo comprendí todo: me moría. ¡Así que eso era lo que sentía una persona instantes antes de la muerte!, claro, por eso notaba que me desdoblaba, porque mi alma se iba a su origen espiritual y mi cuerpo se quedaba en la tierra para que lo enterraran.
»Cuando, al cabo de algunos minutos, dejé en segundo plano la seguridad de que me estaba muriendo, supe que algo muy importante me había pasado.
»La certeza de que algo se había quebrado en mi cerebro me invadió y sentí que una fuerza extraña me había poseído, algo de lo que ya no podría deshacerme jamás.
»La verdad es que pensé que estaba endemoniada y, en las semanas posteriores, incluso tomé en consideración la posibilidad de acudir a un exorcista.»MONICA

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